viernes, 25 de abril de 2014

Diario de un feraz, en fin de semana Viernes 18 de abril 2014.

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) Abril 18, viernes.
--¡Luis! ¡Luis! La voz familiar que escucho, desde hace unos días, me despertó, eran las 9:27 horas y mi cama se sacudía, las paredes tronaban al igual que un segundero de un reloj de pared: crak, crak, con cierto ritmo que acompañaba al movimiento mareador. Y el aire estaba lleno del ruido de las tejas del techo en movimiento. Y de repente todo se calmó. Y el silencio hizo su entrada en la casa donde he pasado mis tres últimos días, acompañado de Alicia Perassi. Permanezco un rato más en la cama, recostado, mirando hacia el techo y siguiendo el foco girador que poco a poco se detiene. Alicia corre y me abraza, siento su cuerpo desnudo, fresco y limpio, mientras sus cabellos todavía húmedos mojan mi rostro, su voz es distante, más bien vaga y lánguida: “¿estarán bien por allá, en la ciudad…? Estamos tan retirados que por acá no hay señal para los celulares e Internet…” --su voz se escucha cada vez más débil, sin energía, como si la cansara un pensamiento hasta la monomanía que la hace terminar en una callada jaculatoria. Pienso: en el tipo o la tipa que otras veces le habla a su celular y ella sale corriendo; creo que piensa en esa persona, su mirada me lo dice, hasta la fecha no sé quién es. Siempre, cuando pregunto, obtengo como respuesta un silencio acompañado de una mirada triste que grita dolor. Ahora no pregunto, no quiero arruinar el momento. Ese abrazo que junta nuestros cuerpos desnudos, como una cuerda bien apretada, donde los brazos y las piernas entrelazadas al igual que los pies, se unen. Por la tarde como una ensalada y bebo un jugo de frutas. Todo muy ligero y hecho por ella. Alicia casi no conoce de comidas vegetarianas. “Contigo siento que me estoy desintoxicando –dice, entre risas--, como que no me va mucho eso de ser herbívora, pero ni modo que coma carne enfrente de un herbívoro.” Llueve fuerte desde hace horas y Alicia no ha regresado. Es la una de la madrugada. Dijo que iba a buscar un hotel que estaba a una hora de donde estamos, realmente yo no sé dónde estoy, cómo se llama el poblado, sé que estoy en Guerrero colindando con Oaxaca. Hace tres días que llegamos y yo venía dormido en el auto, cansado del viaje y eso que no manejé en todo el trayecto. Dijo que iba para buscar una línea telefónica o Internet para comunicarse a la ciudad, que quería quitarse el pendiente, saber si todo estaba bien después del temblor de la mañana. Busco un libro para leer, para pasar el tiempo o simplemente para esperarla. Pero lo que encuentro en uno de sus escritorios son nuevamente unas tarjetas que había visto en la casa de la ciudad. Empiezo a leerlas: “Giuseppe Tartini, músico italiano, que compuso la pieza musical “El trino del diablo”, compuesta por los siguientes movimientos: Larghentto Affettuoso; Allegro moderato; Andante, Candenza Adagio. Me fascina la interpretación de la violinista Ko-Woon Yang.” Dejo la tarjeta que tiene el tamaño de una ficha bibliográfica. Encuentro a un lado de las demás tarjetas un disco de Giuseppe Tartini, lo escucho y me doy cuenta que es el que he oído todas las noches desde que llegué. Mientras escucho el disco, leo en otra tarjeta: “Trino: adorno que consiste en la sucesión rápida y alternada de dos notas de igual duración. Diablo igual a Ángel malo. Ángel: criatura puramente espiritual; figura: gracia, simpatía y atractivo. Los ángeles son mensajeros del cielo para manifestar su voluntad (de Dios) tienen nombres especiales según el oficio que desempeñen. Espiritar: endemoniar. Espíritu: sustancia incorpórea: Dios, ángeles buenos o malos y el alma humana. El espíritu del vino: el alcohol.” Tomo otra tarjeta, leo: “Contó Tartini: Una noche, mil setecientos trece, soñé que había hecho un pacto con el ángel malo (Diablo) y estaba a mis órdenes. Todo me salía de maravilla; todos mis deseos eran anticipados y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica, mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia, una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído, tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me despertó. Inmediatamente tomé el violín, deseando recordar al menos una parte de lo recién escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse estaba muy lejos de lo oído y la llamé “El trino del diablo.” Dejo la tarjeta, el disco sigue sonando la interpretación de El trino del diablo, por la violinista Ko-Woon Yang. Los relámpagos iluminan las ventanas y arrecia la lluvia. Son las tres de la mañana. Sábado 19 de abril de 2014. Despierto y me doy cuenta que Alicia no regresó en toda la noche. Son las ocho horas. El silencio es total en este pueblo. Ni una carretera cerca que haga ruido con el circular de algún camión de carga. Ni vecinos aburridores que platiquen una y otra vez lo mismo, al igual que un disco rayado, tal vez ahora estarían hablando del susto que se llevaron al sentir el temblor. Y Alicia no regresa. Abro una ventana y el aire fresco entra lentamente acercándome el olor a tierra mojada. Veo el lago con su movimiento cadencioso al igual que una bailarina se ajusta al ritmo de un compás, y una lancha y al remero que la conduce lentamente en línea recta opuesta al lugar de donde estoy. No pienso, me doy cuenta que no tengo pensamientos recurrentes que alteren mi percepción del momento, sólo observo. Me doy cuenta que no intervengo en nada de lo que está sucediendo: con el movimiento del lago, ni con el correr del viento, ni con el lanchero que rema a su destino. Tampoco con el tiempo, pues no tengo nada que hacer en concreto. No he encontrado libros en esta casa, no hay televisiones, no hay Internet. Y Alicia no regresa. Me siento abandonado por ella y por la vida citadina, porque no hay algo que me haga moverme, tal vez un asunto, inventado por mi mente o no, y empiezo a imaginarme cosas, a intervenir en el tiempo: me preocupo al pensar que algo le pasó a Alicia al ir a buscar ese hotel: no sé, tal vez se descompuso su coche, o tal vez sí hubo desgracias en la ciudad y no se ha podido comunicar con ese alguien que le preocupa y no va a regresar por mí hasta que tenga noticias de esa persona. O… ¿Cuánto tiempo pasó con esta imaginerías? Quince o veinte minutos, tiempo utilizado en tratar de adivinar lo sucedido, ¿para qué? Ni que pudiera adivinar. El aire entra con fuerza por la ventana, me mueve los cabellos despeinados, levanta por el aire una tarjeta y le da vuelta, la recojo del piso y me pregunto cómo llegó ahí y leo: “Desde tiempos remotos se considera al violín el instrumento musical por antonomasia del ángel malo –por el ímpetu y locura que muestran algunos músicos al tocarlo--. El violín de Tartini se dice que todavía circula en el mundo. Y la leyenda cuenta que el ángel malo se presentará a quien tenga el violín en sueños para ofrecerle un pacto que a la postre volverá loco al músico. Giuseppe Tartini tituló a la sonata que lo condujo a la locura “El trino del diablo”. Me dirijo a la sala donde están las demás tarjetas y los discos, coloco la tarjeta junto a las otras y pongo el disco y busco la pieza “El trino del diablo”, la escucho y me doy cuenta que magistralmente relaciona los sonidos simultáneos logrando el objetivo primordial de la armonía. Además en esta melodía la sucesión de sonidos puros es producido por una gama de sonidos ocultos que al hacer resaltar estos sonidos se produce una serie de sonidos simultáneos que “vulgarmente” se conoce también como acompañamiento. Al escuchar con atención esta sonata conserva como característica el contraste en el movimiento o velocidad y una relación de secuencia respecto al movimiento anterior y preparación del siguiente movimiento para evitar una impresión de movimientos aislados. Se termina la pieza musical. Tomo otro disco que trae la imagen del músico Paganini y miro otra serie de tarjetas, leo una: “Paganini, el violinista del ángel malo. La madre del músico tuvo un sueño donde el ángel malo le anuncia que su hijo será un virtuoso del violín.” Dejo la tarjeta y recuerdo la novela Doktor Faustus, de Thomas Mann, donde cuenta la historia de un músico que vende su alma al “ángel malo” --como llama Alicia al diablo— para superarse en su arte. Dejo de pensar. Escucho el claxon del carro de Alicia. Entra con unas bolsas, compras que hizo para hacer el desayuno y comida. “Hoy regresamos para la ciudad, todo está bien por allá” –dice con una voz impetuosa y alegre. Me quedo en silencio para que me cuente por qué no regresó en toda la noche. No cuenta nada. “¡Anda, báñate, mientras preparo el desayuno!” –suena su voz imperativa, mientras en su rostro se pinta una mueca en sus labios que indica que ella tiene el mando. Y que me va a decir sólo lo que ella quiera, cuando ella quiera. Antes de partir hacia la ciudad, me dice: “Gracias por acompañarme a traer estos discos –me los señala con la mirada, son de Giuseppe Tartini y Niccolò Paganini-- y las tarjetas que necesito como apuntes para mi trabajo.” Después, me da un largo beso. Partimos a las diecisiete horas.

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