sábado, 26 de abril de 2014

El fin de la lectura, de Andrés Neuman. 30/03/ 2014 En la Revista Siempre!

Jaime Luis Albores Téllez Andrés Neuman presenta una antología de veinticinco textos que ha publicado en diversas editoriales como Anagrama, Bar­celona; Espasa Calpe, Madrid, Páginas de Espuma, Madrid y Buenos Aires. Estos cuentos son cortos, realmente podemos decir que son un homenaje a la brevedad, donde el lector se sorprende por el giro o desenlace que toman las historias, en el primer cuento titulado “Las cosas que no hacemos”, las fantasías se convierten en una forma de compartir la vida, como si se buscara un fundamento real para lo inexistente, lo imposible, para crearnos un gusto donde podría haber desilusión; transcribo unas líneas: “Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegaremos a pisar, fascinados frente a un café con leche”. Otro cuento que tiene que ver con fantasías es “La felicidad”: el personaje sabe que su esposa se acuesta con su único amigo, pero él no se siente traicionado porque simplemente quiere ser como él: “Entre los fornidos pectorales de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda ansiosa con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo semejante paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas y algún día, pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo”. En otros cuentos surge lo opuesto a la imaginación general, por ejemplo en la historia “Ringo mentón de seda”, es un boxeador metrosexual en el ring, y que en cada pelea se cuida su peinado, se endereza su calzón, y se asegura de que ningún golpe lo haga sangrar, además logra noquear a sus oponentes con pocos golpes y sin ningún esfuerzo, simplemente es un boxeador opuesto a toda realidad pugilística. Y en el cuento “Cómo maté a John Lennon”, nos narra la obsesiva idea que tiene el personaje sobre cómo mató a Lennon sin quererlo matar. Andrés Neuman (escritor argentino, 1977) juega con las historias usando la paradoja, y haciendo lo inverosímil creíble, y a través de historias cortas como es el caso de “Principio y fin del léxico juega en esa línea delgada entre la realidad y lo irreal”: “Cada tarde de domingo, después de dormir la siesta, Arístides se levantaba y decía “tra”, “cri”, “plu” o incluso “tpme”. Lo pronunciaba en voz muy alta, con absoluta elocuencia, sin tener ni idea de las razones. No le venían a la mente jirones del sueño interrumpido, imágenes concretas, deberes inmediatos. Ni siquiera vocablos de entre las decenas de miles que, muy supuestamente, conocía. No. Lo que decía Arístides, y lo expresaba bien claro, era “fte”, “cnac”, “bld”. Medio dormido, sin afeitar, él volvía a ser alguien anterior al léxico. Así, durante un momento, antes de entrar otra vez en el mundo, era desmesuradamente feliz sintiendo que tenía todo el lenguaje por delante”. El fin de la lectura es un libro que se lee de una sentada, que sorprende, pues lo “real” se pierde en lo imaginario, que se convierte en otra realidad que siempre se cuenta, simplemente para crear una forma de compartir la vida. Andrés Neuman, El fin de la lectura. Editorial Almadía S.C., México, 2013; 152 ppJaime Luis Albores Téllez Andrés Neuman presenta una antología de veinticinco textos que ha publicado en diversas editoriales como Anagrama, Bar­celona; Espasa Calpe, Madrid, Páginas de Espuma, Madrid y Buenos Aires. Estos cuentos son cortos, realmente podemos decir que son un homenaje a la brevedad, donde el lector se sorprende por el giro o desenlace que toman las historias, en el primer cuento titulado “Las cosas que no hacemos”, las fantasías se convierten en una forma de compartir la vida, como si se buscara un fundamento real para lo inexistente, lo imposible, para crearnos un gusto donde podría haber desilusión; transcribo unas líneas: “Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegaremos a pisar, fascinados frente a un café con leche”. Otro cuento que tiene que ver con fantasías es “La felicidad”: el personaje sabe que su esposa se acuesta con su único amigo, pero él no se siente traicionado porque simplemente quiere ser como él: “Entre los fornidos pectorales de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda ansiosa con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo semejante paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas y algún día, pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo”. En otros cuentos surge lo opuesto a la imaginación general, por ejemplo en la historia “Ringo mentón de seda”, es un boxeador metrosexual en el ring, y que en cada pelea se cuida su peinado, se endereza su calzón, y se asegura de que ningún golpe lo haga sangrar, además logra noquear a sus oponentes con pocos golpes y sin ningún esfuerzo, simplemente es un boxeador opuesto a toda realidad pugilística. Y en el cuento “Cómo maté a John Lennon”, nos narra la obsesiva idea que tiene el personaje sobre cómo mató a Lennon sin quererlo matar. Andrés Neuman (escritor argentino, 1977) juega con las historias usando la paradoja, y haciendo lo inverosímil creíble, y a través de historias cortas como es el caso de “Principio y fin del léxico juega en esa línea delgada entre la realidad y lo irreal”: “Cada tarde de domingo, después de dormir la siesta, Arístides se levantaba y decía “tra”, “cri”, “plu” o incluso “tpme”. Lo pronunciaba en voz muy alta, con absoluta elocuencia, sin tener ni idea de las razones. No le venían a la mente jirones del sueño interrumpido, imágenes concretas, deberes inmediatos. Ni siquiera vocablos de entre las decenas de miles que, muy supuestamente, conocía. No. Lo que decía Arístides, y lo expresaba bien claro, era “fte”, “cnac”, “bld”. Medio dormido, sin afeitar, él volvía a ser alguien anterior al léxico. Así, durante un momento, antes de entrar otra vez en el mundo, era desmesuradamente feliz sintiendo que tenía todo el lenguaje por delante”. El fin de la lectura es un libro que se lee de una sentada, que sorprende, pues lo “real” se pierde en lo imaginario, que se convierte en otra realidad que siempre se cuenta, simplemente para crear una forma de compartir la vida. Andrés Neuman, El fin de la lectura. Editorial Almadía S.C., México, 2013; 152 pp

Muerte Súbita, de Álvaro Enrigue. Publicado en la Revista Siempre! 14/02/ 2014

Jaime Luis Albores Téllez En los deportes se conoce como “Muerte súbita” al desempate, donde el contrincante que logre primero el objetivo vence el encuentro, eliminándolo definitivamente. En el tenis la “Muerte súbita” (tie-break) sucede cuando un jugador ha ganado seis juegos vs cinco del otro jugador y el juego debe continuar hasta que uno de ellos logre conseguir la diferencia de dos juegos. Menciono “Muerte súbita” en el tenis porque el escritor Álvaro Enrigue compara el juego de tenis —en su novela Muerte súbita— con un mundo diverso e incomprensible, donde las ideas pasan de un lado a otro, quiero decir de un personaje a otro, de un continente a otro, donde el lenguaje, al igual que la pintura, son materia prima para construir realidades (creación de la realidad). También el autor a través de la historia que narra da a entender que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” tal como dijo Ludwig Wittgenstein o como alguna vez mencionó Heidegger: “que las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos”, es decir que cada signo tiene un gran poder de evocar realidades en la mente de cada personaje. Simplemente relativismo lingüístico (papel Adánico) que se da cuando se descubre una nueva realidad, donde no se puede describir con palabras aquello que se ve y que no existe en un idioma propio. En Muerte súbita sucede con Hernán Cortés y Cuauhtémoc; o cuando un artista nahua visita la cocina del palacio de Carlos I; o cuando un obispo michoacano lee Utopía de Tomás Moro y cree que es un manual de instrucciones en lugar de una parodia. Y en el caso de Caravaggio, seguido por sus sirvientes cargando un cuadro que le dará fama en la historia del arte y el amateca nahua, Huanitzin, que transforma la idea del color en el arte europeo y que habla un castellano imaginario. Álvaro Enrigue a través de Muerte súbita nos presenta un mundo de realidades relativas, todo depende de donde esté parado el jugador o personaje y la situación del entorno psicosocial, donde toda historia es irreal hasta que alguien la interpreta como un mensaje que se puede manipular a través de su contexto, o de sus circunstancias en que se sitúa un hecho. Y entonces se crea otra realidad tal como sucedió con la conquista de los mexicas. En fin Muerte súbita es una novela que hace reflexionar sobre el presente, donde lo que hoy es verdad, mañana puede ser una mentira, pues este es un mundo en constante cambio físico y mental. Como si todo fuera una ilusión, un espejismo, visual e imaginario que se percibe de distinto modo según el proceso de codificación de los códigos utilizados en un mensaje. Álvaro Enrigue, Muerte súbita. Anagrama, México, 2013; 264 pp

El camino de ida, de Ricardo Piglia. Publicado en la Revista Siempre! 07/02/2014

Jaime Luis Albores Téllez Ricardo Piglia (Buenos Aires, 1940) está considerado como un autor clásico de la literatura argentina actual por sus propuestas literarias donde podemos percibir cómo la sensibilidad y la voluntad no sobrepasan al entendimiento, y con la novela El camino de Ida, narrada en primera persona por Emilio Renzi —habitual personaje en las novelas del autor— pasa de la autobiografía a una trama policiaca, sin complicación alguna, ya que la trama gira alrededor de un personaje, en este caso Renzi, de quien sabemos qué hace antes de involucrarse con un asesinato: “En aquel tiempo vivía varias vidas, me movía en secuencias autónomas: la serie de los amigos, del amor, del alcohol, de la política, de los perros, de los bares, de las caminatas nocturnas. Escribía guiones que no se filmaban, traducía múltiples novelas policiales que parecían ser siempre la misma, redactaba áridos libros de filosofía (¡o de psicoanálisis!) que firmaban otros. Estaba perdido, desconectado, hasta que por fin… terminé enseñando en Estados Unidos, involucrado en un acontecimiento del que quiero dejar un testimonio”. También recrea el ambiente universitario gringo en que se mueven los académicos: “…me hizo ver que lo mejor era adaptarse al código académico de relaciones cordiales y distantes, olvidando lo que sucedía fuera del campus (fuera de campo, como dicen los fotógrafos)”. Y esta atmósfera la utiliza para crear cierto efecto de misterio, que luego enlaza al inicio de un romance clandestino con Ida. Y este hecho desencadena en el personaje Emilio Renzi una serie de adversidades que rompe con su vida monótona en la universidad: el primero: que tiene que esconder su romance con Ida que aparece muerta dentro de un auto, para no comprometerse; segundo: se entera que han asesinado a varios académicos; y por último descubre que Thomas Munk, un ex alumno de Harvard y profesor de matemáticas es el asesino. El camino de Ida es una novela basada en un hecho real, nos dice el autor: Thomas Munk fue ejecutado el 2 de agosto de 2005, diez años después de su captura. Su madre estaba con él. La trasmisión por el circuito cerrado del penal había sido captada en vivo por un link de Internet. Antes había dicho: “Mi nombre es Thomas Reginald Munk, no es The Shadow, ni Recycler, ni soy el asesino intelectual, como me afrentan los que me persiguieron inútilmente durante vein­te años y sólo pudieron apresarme cuando mi hermano me traicionó. Busquen la conferencia sobre ética de Ludwig Wittgenstein: “Si un hombre pudiera escribir un libro de ética que fuera realmente un libro de ética, ese libro destruiría todos los demás libros del mundo mediante una explosión”. La ética es ese estallido. Yahvé fue el primer terrorista. Para imponer su Ley se dedicaba a destruir ciudades, y a matar a los hijos de Job ¿O por qué creen ustedes que Dostoievski pensaba convertir a Aliosha Karamazov, el aspirante a santo, en un revolucionario?”. El video de la ejecución estuvo un tiempo en YouTube pero la madre apeló ante la justicia y logró que lo retiraran. Y durante unas semanas fue sustituido por la imagen de Munk recibiendo la medalla Fields. En sí la novela refleja el por qué la violencia siempre surge de un individuo y no de un grupo, haciendo énfasis en el total individualismo que existe en Estados Unidos, donde a veces se puede ver a un ser solo manifestándose por haber perdido su trabajo ante la indiferencia de los demás y ante esa indiferencia, sintiéndose impotente, se vuelve capaz de matar a esa masa extraña de personas que se mueven en silencio. Ricardo Piglia, El camino de Ida. Anagrama, México, 2013; 296 p

La Paz de los sepulcros, de Jorge Volpi. Publicado en la Revista Siempre! 19/01/2014

Jaime Luis Albores Téllez
La novela La paz de los sepulcros, de Jorge Volpi, es donde el tema de la muerte en nuestro país, sin importar si es digna, trágica o ridícula, se convierte en un hecho liberador en todos los aspectos, en una trascendencia, ya que el fallecido pasa su historia al colectivo que revive lo bueno y lo malo que haya hecho, y que en unos cuantos días o semanas también la vox populi olvida para sumergirse en un mundo propio que al finalizar será contado por otros que alguna vez conocieron. Como si fuera una cadena que se va rompiendo hasta desaparecer totalmente. Y no solamente es liberadora la muerte en nuestro país, también es morbosidad, en cuanto a un estado psíquico insano, a tal grado que se convierte en una atracción desagradable que produce alteraciones patológicas que ya son características de la gran mayoría de los mexicanos, a tal grado que se convierten en recreaciones repetitivas por la televisión y otros medios como la Internet, aclaro, recreaciones como recrear, producir de nuevo, crear de nuevo un acto, en este caso morir, sin que importe tanto el cómo y el por qué. Como si lo único importante fuera contar lo bueno o lo malo del que murió. Transcribo un párrafo de la novela: “La verdad: a quién podría interesarle si es que acaso existiese una forma de conocerla con certeza; lo único que importan son (como bien lo saben los dueños de Tribuna) los escándalos, es decir las verdades a medias, las alteraciones, las medias mentiras que no dejan de ser mentiras pero que se convierten en verdad (“¿cómo no va a ser cierto, si lo decía el periódico”) al menos por unos segundos. Nadie busca verdades, sino entretenimientos: máscaras para divertirnos unos instantes, para hacer como que comprendemos lo que sucede a nuestro alrededor, lo que le pasa a las demás personas, lo que nos aflige o nos tortura: no más”. Y es así que el autor narra la realidad aplastante en México, donde hay un submundo lleno de prostitución, vida nocturna de desenfreno, sexual y drogas, que interactúa con una sociedad cobarde, miedosa, donde cada individuo teme ser el próximo cadáver desconocido. Y para darnos a conocer nuestra triste realidad como sociedad mexicana, Jorge Volpi nos cuenta la historia de un político (Alberto Navarro) con aspiraciones a ser candidato a la presidencia del país. Y que aparece muerto en una habitación de hotel, a las afueras de la capital mexicana, junto a un hombre desconocido, que cobra relevancia cuando un periodista (Agustín Oropeza) de la prensa amarilla reconoce su identidad, un antiguo compañero de escuela. En suma, la novela La paz de los sepulcros, nos invita a contemplar a la sociedad mexicana como un conjunto de seres luchando, asechándose unos contra otros, robándose, sin cesar. En una batalla sin fin, donde la muerte es la única liberadora de tantas acciones a través del miedo al futuro o al pasado lleno de culpas. Jorge Volpi, La paz de los sepulcros. Editorial Alrevés S.L., Barcelona, España, 2013; 256pp

viernes, 25 de abril de 2014

Diario de un feraz, en fin de semana Viernes 18 de abril 2014.

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) Abril 18, viernes.
--¡Luis! ¡Luis! La voz familiar que escucho, desde hace unos días, me despertó, eran las 9:27 horas y mi cama se sacudía, las paredes tronaban al igual que un segundero de un reloj de pared: crak, crak, con cierto ritmo que acompañaba al movimiento mareador. Y el aire estaba lleno del ruido de las tejas del techo en movimiento. Y de repente todo se calmó. Y el silencio hizo su entrada en la casa donde he pasado mis tres últimos días, acompañado de Alicia Perassi. Permanezco un rato más en la cama, recostado, mirando hacia el techo y siguiendo el foco girador que poco a poco se detiene. Alicia corre y me abraza, siento su cuerpo desnudo, fresco y limpio, mientras sus cabellos todavía húmedos mojan mi rostro, su voz es distante, más bien vaga y lánguida: “¿estarán bien por allá, en la ciudad…? Estamos tan retirados que por acá no hay señal para los celulares e Internet…” --su voz se escucha cada vez más débil, sin energía, como si la cansara un pensamiento hasta la monomanía que la hace terminar en una callada jaculatoria. Pienso: en el tipo o la tipa que otras veces le habla a su celular y ella sale corriendo; creo que piensa en esa persona, su mirada me lo dice, hasta la fecha no sé quién es. Siempre, cuando pregunto, obtengo como respuesta un silencio acompañado de una mirada triste que grita dolor. Ahora no pregunto, no quiero arruinar el momento. Ese abrazo que junta nuestros cuerpos desnudos, como una cuerda bien apretada, donde los brazos y las piernas entrelazadas al igual que los pies, se unen. Por la tarde como una ensalada y bebo un jugo de frutas. Todo muy ligero y hecho por ella. Alicia casi no conoce de comidas vegetarianas. “Contigo siento que me estoy desintoxicando –dice, entre risas--, como que no me va mucho eso de ser herbívora, pero ni modo que coma carne enfrente de un herbívoro.” Llueve fuerte desde hace horas y Alicia no ha regresado. Es la una de la madrugada. Dijo que iba a buscar un hotel que estaba a una hora de donde estamos, realmente yo no sé dónde estoy, cómo se llama el poblado, sé que estoy en Guerrero colindando con Oaxaca. Hace tres días que llegamos y yo venía dormido en el auto, cansado del viaje y eso que no manejé en todo el trayecto. Dijo que iba para buscar una línea telefónica o Internet para comunicarse a la ciudad, que quería quitarse el pendiente, saber si todo estaba bien después del temblor de la mañana. Busco un libro para leer, para pasar el tiempo o simplemente para esperarla. Pero lo que encuentro en uno de sus escritorios son nuevamente unas tarjetas que había visto en la casa de la ciudad. Empiezo a leerlas: “Giuseppe Tartini, músico italiano, que compuso la pieza musical “El trino del diablo”, compuesta por los siguientes movimientos: Larghentto Affettuoso; Allegro moderato; Andante, Candenza Adagio. Me fascina la interpretación de la violinista Ko-Woon Yang.” Dejo la tarjeta que tiene el tamaño de una ficha bibliográfica. Encuentro a un lado de las demás tarjetas un disco de Giuseppe Tartini, lo escucho y me doy cuenta que es el que he oído todas las noches desde que llegué. Mientras escucho el disco, leo en otra tarjeta: “Trino: adorno que consiste en la sucesión rápida y alternada de dos notas de igual duración. Diablo igual a Ángel malo. Ángel: criatura puramente espiritual; figura: gracia, simpatía y atractivo. Los ángeles son mensajeros del cielo para manifestar su voluntad (de Dios) tienen nombres especiales según el oficio que desempeñen. Espiritar: endemoniar. Espíritu: sustancia incorpórea: Dios, ángeles buenos o malos y el alma humana. El espíritu del vino: el alcohol.” Tomo otra tarjeta, leo: “Contó Tartini: Una noche, mil setecientos trece, soñé que había hecho un pacto con el ángel malo (Diablo) y estaba a mis órdenes. Todo me salía de maravilla; todos mis deseos eran anticipados y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica, mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia, una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído, tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me despertó. Inmediatamente tomé el violín, deseando recordar al menos una parte de lo recién escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse estaba muy lejos de lo oído y la llamé “El trino del diablo.” Dejo la tarjeta, el disco sigue sonando la interpretación de El trino del diablo, por la violinista Ko-Woon Yang. Los relámpagos iluminan las ventanas y arrecia la lluvia. Son las tres de la mañana. Sábado 19 de abril de 2014. Despierto y me doy cuenta que Alicia no regresó en toda la noche. Son las ocho horas. El silencio es total en este pueblo. Ni una carretera cerca que haga ruido con el circular de algún camión de carga. Ni vecinos aburridores que platiquen una y otra vez lo mismo, al igual que un disco rayado, tal vez ahora estarían hablando del susto que se llevaron al sentir el temblor. Y Alicia no regresa. Abro una ventana y el aire fresco entra lentamente acercándome el olor a tierra mojada. Veo el lago con su movimiento cadencioso al igual que una bailarina se ajusta al ritmo de un compás, y una lancha y al remero que la conduce lentamente en línea recta opuesta al lugar de donde estoy. No pienso, me doy cuenta que no tengo pensamientos recurrentes que alteren mi percepción del momento, sólo observo. Me doy cuenta que no intervengo en nada de lo que está sucediendo: con el movimiento del lago, ni con el correr del viento, ni con el lanchero que rema a su destino. Tampoco con el tiempo, pues no tengo nada que hacer en concreto. No he encontrado libros en esta casa, no hay televisiones, no hay Internet. Y Alicia no regresa. Me siento abandonado por ella y por la vida citadina, porque no hay algo que me haga moverme, tal vez un asunto, inventado por mi mente o no, y empiezo a imaginarme cosas, a intervenir en el tiempo: me preocupo al pensar que algo le pasó a Alicia al ir a buscar ese hotel: no sé, tal vez se descompuso su coche, o tal vez sí hubo desgracias en la ciudad y no se ha podido comunicar con ese alguien que le preocupa y no va a regresar por mí hasta que tenga noticias de esa persona. O… ¿Cuánto tiempo pasó con esta imaginerías? Quince o veinte minutos, tiempo utilizado en tratar de adivinar lo sucedido, ¿para qué? Ni que pudiera adivinar. El aire entra con fuerza por la ventana, me mueve los cabellos despeinados, levanta por el aire una tarjeta y le da vuelta, la recojo del piso y me pregunto cómo llegó ahí y leo: “Desde tiempos remotos se considera al violín el instrumento musical por antonomasia del ángel malo –por el ímpetu y locura que muestran algunos músicos al tocarlo--. El violín de Tartini se dice que todavía circula en el mundo. Y la leyenda cuenta que el ángel malo se presentará a quien tenga el violín en sueños para ofrecerle un pacto que a la postre volverá loco al músico. Giuseppe Tartini tituló a la sonata que lo condujo a la locura “El trino del diablo”. Me dirijo a la sala donde están las demás tarjetas y los discos, coloco la tarjeta junto a las otras y pongo el disco y busco la pieza “El trino del diablo”, la escucho y me doy cuenta que magistralmente relaciona los sonidos simultáneos logrando el objetivo primordial de la armonía. Además en esta melodía la sucesión de sonidos puros es producido por una gama de sonidos ocultos que al hacer resaltar estos sonidos se produce una serie de sonidos simultáneos que “vulgarmente” se conoce también como acompañamiento. Al escuchar con atención esta sonata conserva como característica el contraste en el movimiento o velocidad y una relación de secuencia respecto al movimiento anterior y preparación del siguiente movimiento para evitar una impresión de movimientos aislados. Se termina la pieza musical. Tomo otro disco que trae la imagen del músico Paganini y miro otra serie de tarjetas, leo una: “Paganini, el violinista del ángel malo. La madre del músico tuvo un sueño donde el ángel malo le anuncia que su hijo será un virtuoso del violín.” Dejo la tarjeta y recuerdo la novela Doktor Faustus, de Thomas Mann, donde cuenta la historia de un músico que vende su alma al “ángel malo” --como llama Alicia al diablo— para superarse en su arte. Dejo de pensar. Escucho el claxon del carro de Alicia. Entra con unas bolsas, compras que hizo para hacer el desayuno y comida. “Hoy regresamos para la ciudad, todo está bien por allá” –dice con una voz impetuosa y alegre. Me quedo en silencio para que me cuente por qué no regresó en toda la noche. No cuenta nada. “¡Anda, báñate, mientras preparo el desayuno!” –suena su voz imperativa, mientras en su rostro se pinta una mueca en sus labios que indica que ella tiene el mando. Y que me va a decir sólo lo que ella quiera, cuando ella quiera. Antes de partir hacia la ciudad, me dice: “Gracias por acompañarme a traer estos discos –me los señala con la mirada, son de Giuseppe Tartini y Niccolò Paganini-- y las tarjetas que necesito como apuntes para mi trabajo.” Después, me da un largo beso. Partimos a las diecisiete horas.