domingo, 9 de marzo de 2014
Diario de un feraz, en los fines de semana
Madre Ttor (Diario de un feraz, en los fines de semana)
Fin de semana, sábado 8 de marzo de 2014, me encuentro de nuevo en la casa de Alicia Perassi, una poeta que no veía hace años, son las veintidós horas y estoy exhausto por manejar todo el camino (la carretera México-Zacatepec) desde el Distrito Federal hasta Tepoztlán. Sí, cansado por los nervios, pues casi no manejo, más bien no me gusta manejar, pero no me quedó de otra: se sentó en el asiento del copiloto, se quitó sus zapatos, apoyó sus pies en la guantera y cerró sus ojos verdes. Insistí, no mucho porque ya la conozco cómo es de caprichosa. Hace unas horas tomaba un café en Sanborns, muy cerca del Palacio de Bellas Artes, cuando me reconoció Alicia y me dijo desenfadada que pasáramos la noche juntos como sucedía hace años. La miré, mis labios estaban sellados, no sabía que contestarle. Y de repente ella me dijo: “El que no esté satisfecho, que se levante y se vaya” (El sentido moral de este proverbio es que cada uno debe acomodarse a lo que tiene, o si no que renuncie a la vida.) Después dijo: “Te estoy invitando…” Alcé los hombros en señal de que aceptaba, que no me quedaba de otra.
Me encuentro totalmente desnudo en un cuarto confortable, Alicia hizo que me quitara la ropa para que la lavaran, me dijo que no había pretexto, que mañana después del baño la tendría limpia, como si estuviera en casa. “Yo te cuido, sé que es difícil viajar de improviso y no tener una muda para el día siguiente” Y no dijo más. Mientras espero que Alicia traiga algo para cubrirme, camino por el cuarto de piso frío y me detengo frente a un librero de madera, tomo un libro, el primero que veo: En las fronteras del miedo, del escritor colombiano Antonio María Flórez, y leo un poema:
Desde la espesura del bosque
Llora su casa en llamas y blasfema.
Un niño agoniza a los pies
De los fantasmas
Y se hace hombre.
Sobre su cuerpo iracundo
Gravita un pesado cansancio
Que hablanda sus músculos
Y su voluntad de fiera.
Sabe que debe huir,
O hacerse buey.
Dejo el libro y tomo una tarjeta que tiene escrito con la letra de Alicia, lo siguiente: “La verdadera prudencia consiste en que el individuo se dé cuenta de que es mortal y que, por tanto, mejorará en no emplear más sabiduría que la estrictamente compatible con la generalidad de los hombres y hacer la vista gorda para los errores de la humanidad, si es que no quiere tomar parte de ello.” Camino hacia la ventana y me asomo en el balcón, sé que nadie me puede ver desnudo porque la baranda es alta y me cubre hasta la mitad del pecho, veo a unas mujeres que me parecen tristes por su andar lento y cabizbajo, pero realmente están ebrias, despeinadas por el viento. Unas gotas grandes caen sobre ellas, las mojan al igual que a mí. Una mano pesada cae sobre una de mis nalgas, ella se ríe fuerte mientras me abraza, siento su cuerpo tibio que me protege del viento. Entramos al cuarto, cierra la ventana. Mira mis pies y mis piernas, mi pene y todo el cuerpo. “Eres flaco y no tienes panza, no has cambiado desde que te conocí.” Nos sentamos en un pequeño sofá verde y me quita la tarjeta que todavía tenía en la mano, insisto que me siento incómodo que ella me vea desnudo y que me quiero cubrir, que tengo frío, no me hace caso, hace como que no escucha, sirve unas copas de vino tinto con canela, que tienen un sabor muy agradable. Después se acuesta en el sofá y con sus pies empieza a acariciar mis piernas, mi pecho y de un repente dice que era hora de dormir, que mañana será un día muy ajetreado. Sale del cuarto precisamente cuando mi cuerpo comienza a reaccionar. Me acuesto y me quedo profundamente dormido.
Domingo 9 de marzo, estoy en la cama, excitado, esperando que Alicia se presente desnuda, son las nueve de la mañana, es la hora que marca el reloj de pared que está frente a la cama. Pasan los minutos y toda excitación desaparece, pienso que Alicia experimenta conmigo o juega con mi persona para después tener material para escribir sus poemas. Su actitud me molesta, es como si fuera un conejillo de indias. Me levanto y me dirijo nuevamente al librero que tiene en la recámara, tomo otra tarjeta y leo: “Sócrates, ¿Y qué fue si no esta misma sabiduría la que te condenó y obligó a beber la cicuta? Dejo esa tarjeta y tomo otra: “Si un cómico en escena se le ocurre quitarse la careta y enseñar a los espectadores su rostro verdadero, ¿no trastornaría la comedia toda y merecería que el público le arrojase del teatro? Muy cierto porque con su extravagancia cambia todo en un momento y a quien creíamos mujer es hombre, si aparentaba ser joven es un viejo y resulta que al destruir la ilusión se ha destruido el interés de la obra, ya que la ficción y el engaño son lo que mantienen la atención. Y la vida de los hombres, ¿qué es si no una comedia en la que con una máscara prestada cada uno sale a decir su papel hasta que el director de escena les hace irse del tablado?”
Dejo las tarjetas en el librero y pienso: ¿a qué juega Alicia? ¿Por qué me trajo a su casa? Miro de nuevo el reloj de pared: las nueve y treinta minutos. Tocan a la puerta, es una mujer que viste con delantal y que entra de espaldas al cuarto. Dejo su ropa que mandó a lavar la señorita, el desayuno está servido. Por cierto me dejó un recado para usted, joven: hoy ya no podrá verlo. Tuvo un imprevisto. Cerró la puerta y no dijo más.
Voy de regreso a la ciudad en un autobús, llevo en mis manos el cupón de pasajero que dice Tepoztlán-México, hora: dieciséis treinta horas, fecha: nueve de marzo de 2014, asiento: treinta y tres. Cuando guardo el boleto de autobús, siento en mi bolsa del pantalón una tarjeta, es igual a las que tiene en su casa, la saco y leo: “Querido nos vemos el próximo sábado, allí en el café de Sanborns. Por cierto piensa a dónde quieres ir. Después te explico mi partida tan abrupta de la casa. Besos y abrazos.”
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