lunes, 30 de junio de 2014

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) 24 de mayo de 2014. Sábado.

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) 24 de mayo de 2014. Sábado. “Morphine Take me with you” (se puede escuchar en Youtube)* Alicia maneja atenta al camino, el tráfico la obliga a espejear, además trata de ubicarse, de recordar las calles y todo esto sucede en silencio, no habla ni yo tampoco, la dejo concentrarse mientras cierro los ojos y busco acomodarme en el asiento, quiero descansar, sé que la noche será larga en casa de su amiga donde habrá de todo: baile, bebedera y cuerpos arrejuntados por doquier, como siempre han sido sus fiestas entre sus amigos “artistas”, así los llama Alicia. Y cuando estaba de lo más relajado, casi sin pensamientos, pues había aceptado la situación, oigo la voz de Alicia: “quiero fumar, pásame un cigarro…” Ella fumaba con prisa, al ritmo que le marcaba su pie en el acelerador y yo dejaba escapar el humo lentamente por la nariz y por la boca, realmente disfrutaba el fumar. Y dijo: “me gusta cómo fumas…” Y contesté: “fumo por placer y no por ansiedad…” Alicia volvió al silencio, clavó su mirada al frente, atenta al camino que empezaba a humedecerse por la lluvia que caía fina y sólo visible a través de la luz de los faros de los autos. Eran las once de la noche cuando estábamos ya en la casa de la amiga, nos sirvieron unos güisquis y sonaba un CD que traía en la portada el título de “Morphine Take me with you”. Alicia sonreía mientras me miraba, sentía que sus ojos verdes me escudriñaban, como si buscaran saber mi estado de ánimo, tal vez para preguntarme si no me gustaban estas fiestas, buscaba el menor gesto de desaprobación para recriminarme que ella siempre trata de complacer mis gustos y conociéndola, dije: “Sabes… conozco tipos que reniegan de las fiestas y cuando ya están en ellas se convierten en las almas de la reunión, son los que más las disfrutan, paradojas, no crees.” Alzó sus hombros en señal que no le había importado mi comentario, me tomó de la mano y caminamos hacia la ventana que daba a la calle, sonaba a cierto volumen un CD, intitulado: “Tito& Tarantola –After Dark”. Las luces bajaron su intensidad, la lluvia caía cadenciosa, mientras acompañaba a la música que sonaba e invitaba a cierta melancolía: “Dire Straits –Fade to Black” Alicia dijo a mi oído: “no es maravilloso que entre tanta gente sigamos estando tú y yo como si estuviéramos solos, mira cuánta intimidad, la vida hecha poesía…” Miré alrededor, parejas se besaban, bebían, reían con disimulo de otros que ya habían bebido de más y fumado de otras cosas y se comportaban como si estuvieran en sus casas sin nadie que los mirara en su arrejuntamiento de cuerpos. Alicia sonreía, divertida, “mira lo que has hecho de mí, una mirona, ya soy igual que tú, me gustan ver los mundos que hay en este mundo, ¿no dices eso? Que seamos espectadores de sus mundos, de los pensamientos y acciones de los demás –decía, mientras miraba a una pareja que platicaba como si estuviera en un restaurante, con cierta compostura, como si alguien fuera a decir algo de ellos. La música fue disminuyendo el volumen, y se escuchó la voz de la amiga de Alicia que leía un fragmento de un poema: “ ¡Asombrosos viajeros! ¡Cuántas nobles historias / vemos en sus ojos como el mar profundo! / ¡Abrir ya los cofres que guardan las memorias, / joyas preciosas hechas con éteres y mundos! ¡Sin vapor y sin vela queremos navegar! / Para que el negro tedio estos muros remonte, / hacer nuestros hermosos recuerdos desfilar / como lienzos que tengan un marco de horizonte. ¿Qué han visto? , decir.” Alicia me tomó del brazo y me dijo que quería crear nuestro mundo, ilusorio para los demás, pero con tintes de verdad para nosotros. Salimos corriendo hacia el carro, la lluvia cae fuerte. Son las cuatro de la mañana del domingo.

lunes, 16 de junio de 2014

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) 17 de mayo de 2014. Sábado

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) 17 de mayo de 2014. Sábado. Son las once de la mañana y estoy solo en la casa de Alicia, en la biblioteca, sentado cerca de la ventana que da al jardín partido a la mitad por una nube pequeña que cubre de los rayos del sol a unos rosales y deja sin su cobijo a unas jacarandas que han cubierto el césped con su flor morada. Observo detenidamente y me doy cuenta que en la casa, en la biblioteca, cada vez hay más cosas mías: libros, unas plumas, unos CD de jazz, una chamarra café colgada en el respaldo de la silla que está junto al escritorio, unas fotos de ambos riéndonos y me percato de cómo las cosas y las conversaciones se convierten en indicadores de intimidad, donde los hábitos personales empiezan a aparecen en la vida de ambos. En mi caso leo más poesía, también tengo en casa unos CDs de ella, que me prestó, la mayoría del músico Libby Larsen (estadounidense) por cierto tiene una pieza musical para flauta, intitulada “Atmospheres for a liquid system” donde logra un realismo descriptivo insuperable, y en su trabajo podemos destacar –para instrumentos solistas— una influencia por digresiones atonales que marcan su manera de componer y que tienen su raíz en patrones armónicos que se repiten y son a la vez claros y definidos. Me levanto de la silla para buscar unos CDs del músico Libby Larsen y escucho su música. Sí, ella se hace presente con sus gustos, y en sus palabras que a veces empiezo a repetir con el mismo tono, inconscientemente: “te dije, te dije”. Todo esto me indica que ella empieza a aparecer --a influir-- poco a poco en mi entorno, como una señal de su presencia --en mi vida cotidiana-- con todas sus particularidades que la distinguen y que a ella la hacen única. Y es curioso que a veces hasta usemos el mismo color de ropa, sin ponernos de acuerdo. Podría decir que es una conexión subliminal o que hay un estímulo del cual somos inconscientes pero que está tan presente que empieza a influir en ambos. El CD sigue sonando mientras empiezo a leer unas hojas que dejó Alicia sobre el escritorio: “¡qué joven vemos que era! Mas, su alma exasperada,/ mordidos por el tedio sus sentidos,/ ¿a la hambrienta jauría estaba ya entregado,/ a los malos deseos, a los locos ladridos? Y seguí leyendo otro poema: mujeres: “Y otras cuyas gargantas ciñen escapularios/ y que un látigo ocultan bajo sus vestiduras,/ mezclan en los nocturnos instantes solitarios/ espuma de placer con lágrimas oscuras. ¡Oh vírgenes!, ¡oh mártires!, ¡oh monstruos!, ¡oh posesas!,/ espíritus de toda realidad negadores,/ ansiosas de infinito, devotas, satiresas,/ ya bañadas en lágrimas, ya presas de furores. Yo, que hasta su infierno también he seguido,/ las amo, hermanas mías, y les tengo compasión,/ por la sed insaciable y el tormento sufrido,/ en la amorosa urna de su corazón. Dejo las hojas sobre el escritorio. Y recuerdo que por la mañana encontré una nota en una hoja como las que acabo de dejar --con los mismos rasgos de letra de Alicia-- sobre la almohada, que dice: “Regreso hasta la noche. Recibí una llamada muy temprano y no quise despertarte. Tú ya sabes.” Sí, de nuevo apareció él o ella que siempre que le llama sale corriendo en su busca. Tal vez mañana me quiera contar o tal vez no. Tal vez seguirá siendo su secreto hasta que sus señales y las mías sean como un atisbo donde nuestros gustos y nuestras palabras se confundan y ya no sepamos de quien vinieron.

lunes, 9 de junio de 2014

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) 10 de mayo de 2014. Sábado.

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) 10 de mayo de 2014. Sábado. Llegamos al Bar Sri Buddha Jazz, por una recomendación de un músico, amigo de Alicia, cuando había poca gente y podíamos escoger la mesa que más nos agradara y Alicia fue directamente hacia una que estaba cerca de una ventana –dijo que mientras escuchaba música le gustaba ver hacia la calle-- por lo que pudimos ver la fina lluvia que caía desenfadada, libre de formalidades, pues no obligaba a nadie a usar paraguas, gabardinas, las personas esperaban patitiesas en cualquier lugar, bajo un árbol, un techo pequeño, como si algo inesperado fuera a suceder, algunas dejaban escapar el humo del cigarrillo lentamente con gran disfrute. Alicia abrió la ventana y el aire entró arrastrando el olor de tierra húmeda para posarse entre nosotros, como un pequeño remolino que apagó varias veces la flama del encendedor que en las manos de ella la hacia verse torpe para prender un cigarro. Después de una pequeña lucha con el viento, que ella ganó, donde ella trataba de esquivar los soplidos, moviéndose de un lado para otro en su silla, me miró y yo vi su cabello alborotado, que no trató de acomodárselo. Y me di cuenta que lo que más me gusta de ella es su forma de ser, natural, esa forma de aceptarse y que hace que no haya mentiras en cada una de sus palabras, gestos, acciones, que demuestran seguridad, una aceptación del momento, donde los resultados no cuentan para nada, donde lo hecho, hecho está. Mientras yo encendía un cigarro, comenzó a sonar un disco de Jazz, del venezolano Carlos “Nené” Quintero acompañado del músico excelso Paco de Lucía. Artistas que han buscado el reconocimiento de una pequeña pero selecta audiencia y que sin embargo han logrado un éxito que abarca a una gran mayoría de seguidores. Como a las doce horas llegaron un saxofonista y una pianista que según la mesera, tienen dos meses tocando en el bar, nos dijo que eran músicos que empezaban su carrera. Sí –me dije—músicos talentosos. Sus piezas musicales se escuchaban tan fuerte que nos vimos obligados --Alicia y yo-- a estar en silencio. La ventana seguía abierta, la llovizna se había retirado con su desenfado y el aire refrescaba a nuestro alrededor, afuera unos novios se comían a besos bajo un farol que alumbraba de lado, escondiendo en la oscurana aquellos ósculos. Alicia también los vio y se acercó hacia mí para susurrarme al oído que quería irse a la casa y entre risas dijo: “ellos no tienen a donde irse a besar pero nosotros sí…” Pedí la cuenta. Ahora son las tres de la mañana (domingo 11 de mayo) vamos en el carro a cierta velocidad que a otra hora ya nos hubiera detenido una patrulla, y Alicia sigue aumentando la velocidad, mientras escuchamos un CD de Jazz.

domingo, 1 de junio de 2014

Diario de un feraz, en fin de semana; 3 de mayo de 2014. Sábado.

Madre Ttor (Diario de un feraz, en fin de semana) 3 de mayo de 2014. Sábado. Son las diez de la mañana y Alicia Perassi se baña. Escucho desde la cama el caer del agua al piso, como una lluvia constante, fuerte, que a ratos se silencia cuando cae de lleno sobre su espalda inclinada, la veo a través de la puerta de plástico transparente, miro su silueta bien dibujada de mujer, sus movimientos con cierta violencia al tallarse los pies, las piernas, los brazos, el cuello, la cara, etcétera. Cesa el caer del agua y el silencio se presenta furtivo, sin saber de dónde viene y que a escondidas trae el canto de un ave. Me siento en la cama y tiro unas hojas, las levanto y leo un poema: “A la pálida luz de lámparas murientes,/ sobre blandos cojines impregnados de olor,/ Hipólita soñaba con caricias ardientes/ que el velo descorrían de su joven candor./ Buscaba, ahora, turbada en su sensual pereza,/ el purísimo cielo de su infancia lejana,/ lo mismo que un viajero que vuelve la cabeza/ hacia el bello horizonte que cruzó una mañana./ Y las lágrimas lentas de sus ojos velados,/ su herida languidez de indefensa criatura/ y sus desnudos brazos cayendo abandonados,/ todo servía para realzar su hermosura./” Alicia me saluda con un ¡hola!, que muestra sorpresa, ojea disimuladamente alrededor de la cama y se detiene en mis manos que sostienen las hojas, se acerca a mí de una forma graciosa, como si caminara sobre sus dedos de sus pies. Me quita las hojas, las hojea y lee, añadiendo palabras que no están en el poema: “Extendido a sus pies, cauteloso y avieso,/ --me señala a la cara, mientras en sus labios aparece la palabra tú, Luis-- la acechaba con sus ojos ardientes,/ a manera del tigre que vigila a su presa/ tras de haberla marcado primero con los dientes.” Ahora escucha: “Mis besos son ligeros cual los de las estrellas/ que acarician de noche el lago transparente,/ pero los de un amante –me señala de nuevo a la cara—cavarían sus huellas/ como en tierra el arado tras la lluvia reciente.” Y de nuevo lee: “¡Mírame, que al mirarme me das todos los cielos./ Una sola mirada sin temores y sin/ enojo, y ante ti descorreré los velos/ de placeres secretos en un sueño sin fin!” La miro y ella con sus dedos de la mano derecha, que los mueve de arriba abajo, me dice adiós. Sale por la puerta de la recámara. Me dejo caer en la cama y recuerdo cómo la conocí: Una tarde en el museo Rufino Tamayo, mientras veíamos unos cuadros, ella para “inspirarse”, para escribir su poesía –eso dijo— y yo simplemente de visita. Recuerdo muy bien lo que pasó: la pisé y ella gritó muy fuerte “¡eres un idiota!”, después al salir del museo me la encontré de nuevo. Llovía torrencialmente y le ofrecí mi chamarra para que se cubriera la espalda, como una forma de disculpa por el pisotón, sonrió y con una de sus manos me indicó que la siguiera, corrimos hasta su auto, para después llegar a un café y esperar a que dejara de llover. Al terminar de desayunar salimos a caminar por el centro de Tepoztlán, comimos en un restaurante vegetariano. La tarde es agradable, fresca, estamos cerca del Cerro del Tepozteco, me toma con su mano, igual que aquella tarde --me aprieta el antebrazo-- cuando dejó de llover y salimos del café, y este incidente me hizo recordar y le hice rememorar, entre risas, el incidente del museo, donde nos conocimos. Ahora es la una de la madrugada, ya es domingo (cuatro de mayo), yo leo una revista y ella escribe en su biblioteca. Se me nublan los ojos, empiezo a quedarme dormido.